EL OJO DE LA GARZA, de Úrsula K. Le Guin

por PEPA ARANA RUÍZ

Dentro de la dilatada trayectoria de la autora estadounidense, El ojo de la garza suele considerarse como  una de sus obras menores.

El relato está situado en el planeta Victoría, al que unos doscientos años atrás llegaron dos naves de la Tierra, transportando al exilio a unos miles de delincuentes, con un perfil que podríamos describir como violento. Un siglo después llega una tercera nave que transporta dos mil integrantes del Pueblo de la Paz, un movimiento pacifista que los gobernantes de la Tierra no ven con buenos ojos, ya que están en un periodo de guerras sobre el que no se ofrecen detalles.

En Victoria, los primeros colonos han fundado una ciudad, donde rige un régimen aristocrático fuertemente patriarcal, que curiosamente tiene como máxima expresión tecnológica la de la época medieval, lo que hace, de alguna manera, similar el desarrollo técnico y social. Las costumbres de este grupo, ya asentado en el planeta, desplazan a los nuevos al entorno rural de la ciudad, el Arrabal, donde viven sometidos políticamente a la ciudad, sin representación ni opción de tenerla; casi como si fueran vasallos medievales.

Una parte de los habitantes del Arrabal tiene la intención de fundar una segunda colonia en un valle lejano, lo que es considerado como un desafío por el poder establecido, que se niegan  siquiera a discutir la cuestión con los líderes campesinos.

Se produce, evidentemente, un fuerte choque entre dos conceptos diferentes de interpretar la convivencia: por un lado  la ciudad, la imposición violenta (definida como “masculina”) de su postura; por otro, el Pueblo de la Paz, tiene como base ideológica la resistencia pasiva y la desobediencia civil  (curiosa la mención a líderes terrestres de esta tendencia como Gandhi o Martin Luther King)

Justo en medio de este conflicto está Luz Marina Falco, la sin duda protagonista de la historia, con ideales feministas que no casan con el modo de vida de la ciudad. Luz, tras conocer a Lev, uno de los líderes campesinos, se decide a tomar una postura más firme que le hace romper con todo y huir buscando una vida nueva y mejor. Desafortunadamente, la novela no termina de decidirse sobre dónde centrar su atención, lo que termina por afectar al ritmo de la narración: hay escenas que podrían haber sido cruciales en un segundo plano que no se termina de entender. Pero la traslación del protagonismo a mediados de la novela entre Lev, y Luz (por otra parte la hija del poderoso consejero Falco), resulta tan patente que convierte la breve novela en casi dos historias que a veces dan la impresión de correr paralelamente.

Es innegable la preocupación de la autora por el papel de la mujer en la sociedad (ya reconocida en otras obras), y por el conflicto de la interacción entre sociedades con concepciones diferentes de la convivencia, aspecto sin duda muy influido por sus conocimientos de antropología.  También queda muy clara su postura política (apoyo al anarcopacifismo), ya que da la sensación de no esconder sus simpatías por los arrabaleros.