EL SUEÑO DEL FEVRE.

Por DAVID MARTÍN.

«Debes venir conmigo, y amarme, hasta la muerte; o debes odiarme, pero seguir conmigo, y odiarme a través de la muerte y después de ella».

Carmilla.  Sheridan le Fanu.

Durante más de cien años, el mito del vampiro nos ha fascinado. Un mito que en vez de agotarse y quedar obsoleto, evoluciona con los nuevos tiempos, se transforma, se adapta. Los viejos vampiros, como Armand, mueren, y los que representan el espíritu de su época, como Louie en Entrevista con el Vampiro, prevalecen.  Mucho se ha hablado de la posible influencia de esta obra sobre el Sueño del Fevre, y en efecto comparten mucho, en especial, lo que las hace refrescantes.  Martin, como Ann Rice antes de él, comprendió que no podía ceñirse a los estereotipos vampíricos clásicos, que debía innovar mediante una vuelta de tuerca.  Lo hizo con soltura y elegancia, sin romper totalmente con el mito, pero aportando una visión novedosa. Esta visión es para mí lo mejor del libro.  Porque donde otros hubiesen querido forzar la máquina, y con una metáfora muy adecuada, reventar las calderas del vapor, Martin solo necesita un poco de leña.

REVISIÓN DEL MITO.

Los vampiros existen y beben sangre.  Hasta aquí, todo correcto.  Sin embargo el origen vampírico, clave en todo relato, se ciñe al prisma moderno. No se transforman en niebla, ni en murciélago ni en lobo. No temen a la cruz ni a la plata ni al agua bendita.  No lo hacen porque en el Sueño del Fevre, los vampiros no son el producto de una maldición, sino una antigua raza no humana, tan incapaz de contagiar a otros humanos como un humano sería capaz de transformarse en otro animal. Y esta explicación sería buena de por sí. La anatomía vampírica posee órganos de los que carece la humana, órganos destinados a digerir la sangre, pero seguimos hablando de un cuerpo vivo. La chispa de genialidad viene ahora: pese a que a los vampiros les resulte imposible convertir a los humanos, pese a que no puedan transformar sus cuerpos en nada, pese a que la plata les resulte indiferente, han convencido a los pocos humanos que creen en los vampiros de que todas esas cosas son ciertas. Las ventajas son innegables. Tenemos a Sour Billy Tomptom, un ghoul, sirviente, un Renfield que sirve al vampiro mayor, al maestro de sangre Julian, bajo la promesa de ser convertido en vampiro, algo completamente imposible, pero que le han hecho creer.

Igualmente nos quitamos el sombrero ante el engaño que podría dar pie a un caza-vampiros cargando con armas inútiles como cruces y ajos, caza-vampiros que no llega a salir, pero que indudablemente no duraría mucho.

AMBIENTACIÓN.

Soberbia, grandiosa, Martin es el gran creador de atmósferas, y nos presenta una descripción envolvente del bajo Misisipi, de Luisiana y de todas las pequeñas ciudades que forman parte del río. El río está vivo, dice el capitán Abner Marsh, y de verdad parece que lo esté, cono todos los vapores, tripulaciones, personajes, formando parte de él como células de un organismo que es en sí, un sueño.

DESARROLLO DE PERSONAJES.

También excelente.  Abner Marsh, Joshua York y Damon Julian son los que dominan la historia, con Sour Billy también como un excelente “Renfield” o más bien un “Grima lengua de serpiente” por lo obvio de su desengaño y rebelión final contra el maestro de sangre, un final predecible pero magistralmente narrado. La crueldad de Julian, la lealtad del capitán Marsh, sus pasiones, y sobre todo sus sueños (adelantar al Eclipse) son tonalidades de color en un lienzo bien pintado.

TRAMA.

La trama esta bien encadenada, saltando de escenarios con elegancia pero sin llegar a ser retorcida. Es una historia de descubrimientos que poco a poco van rebelándose ante el capitán Marsh. El enfrentamiento entre Joshua y Damon Julian no es el eje, aunque domina la parte final del libro. La conclusión es un poco floja. Martin se toma demasiado tiempo en llegar al clímax, y renuncia por completo a dar sus cinto minutos de gloria al capitán Marsh negándole la ocasión de matar vampiros.

RITMO.

Aquí es donde falla George R.R. Martin y es una auténtica pena, porque convierte en libro de siete puntos lo que hubiese podido ser un diez. Martin hace un ejercicio de nostalgia y da un salto temporal de trece años entre escena y escena. Lo hace porque quiere mostrar la decadencia del río, unida a la decadencia del propio barco, y además usa la guerra de secesión como medio para librarse de algún personaje que otro, bastante de pasada. En mi opinión, el clímax hubiese debido ser previo a la guerra, y en enfrentamiento final mientras el capitán Marsh era joven (o no tan viejo) Luego si se quiere contar lo del río en decadencia, vale, lo cuentas.  Pero como epilogo y no como escenario final.

«SUEÑO DEL FEVRE», de G.R.R. MARTIN. Regreso al Mississippi más sangriento

Cuando regresas al Mississippi sangriento de Sueño del Fevre treinta años después de su lectura (propuesta del Club de Lectura de Literatura Fantástica en Málaga para octubre), lo haces con sentimientos enfrentados: a la ilusión de un recuerdo gratificante se une el recelo, la desconfianza que genera un autor cuyos últimos pasos y obras, siendo magníficas e imaginativas, lo han llevado por derroteros comerciales que, en mi opinión -la de muchos-, no demuestran sino desprecio por unos lectores que, en otras circunstancias, continuarían rendidos a su talento.

Pero, tranquilos, no es un problema. Tras las primeras páginas la ilusión regresa y compruebas que mantienen la frescura del George R.R. Martin de los inicios, previo a su paso por televisión, en guiones de series míticas como En los límites de la realidad o la producción de telefilmes, donde domina la técnica del folletín televisivo que tan bien ha utilizado después.  Conforme avanzas en la lectura, piensas que navegas de nuevo por ese río de aguas turbias preñadas de barro, que tan a conciencia describe; sientes el poder, la magia de aquellos vapores de lujo, enormes hoteles flotantes que, en 1857, antes de la guerra de secesión norteamericana, transitaban con orgullo la ruta comercial del gran «padre de las aguas», el Meschacebé de los amerindios que tan bien nos contó Mark Twain; Martin no le anda a la zaga.  Sobre todo, disfrutas sus personajes, tan bien construidos como todos los que diseña el autor; humanos, hasta cuando no lo son; tan cercanos que te invaden y se meten dentro; repletos de vicios y defectos, pecados entre los que el asesinato, tal vez, no sea el peor, cuando está justificado; también virtudes, entre las que destaca la lealtad, la amistad, el deber para con los suyos o los amigos.

Especial es el capitán Abner Marsh, un hombre del río, malcarado, malhablado, impulsivo, corpulento (un posible trasunto del propio Martin, barba enorme y apetito voraz incluidos), pero honrado y generoso; puede que no sea el más inteligente o rápido en sus decisiones, mas ni por asomo es torpe u obtuso y, cuando medita y toma una decisión la mantiene hasta sus últimas consecuencias, aunque en ello le vaya la vida; más si es por su socio, un amigo.

Joshua York es un vampiro; extraño, albino, atípico, muy poco al uso, pero vampiro.  Abner Marsh no lo sabe, al menos de inicio; nosotros sí, que para eso hemos leído mucho al respecto. Y es su socio. Desconcertante, afable, de buenos modales y extrañas costumbres, elegante, con dinero, poderoso pero noble y con un proyecto secreto entre manos («si no me presiona no tendré que mentirle…») que les llevará a compartir el Misisipi entre San Luis y Nueva Orleans, socios en un vapor con alma de mujer que es el más grande y rápido, el más bello y lujoso de cuantos surcan sus aguas: el Sueño del Fevre.  Entre ambos va surgiendo -y somos testigos de ella- una relación diferente, un trasvase mutuo de sensaciones, respeto y dudas, sentimientos compartidos que conducen a la amistad.  Una amistad puesta a prueba tras los secretos, el comportamiento extraño de York y sus amigos, que aman la noche y rehuyen el sol.  Prueba que, sin embargo, llevará a Marsh a descubrir el engaño y exigir la verdad, en un precioso capítulo que emociona por su sensibilidad, al son de versos de Lord Byron en «Las Tinieblas». Y con la verdad llegará la catarsis, la confianza.

«Tuve un sueño que, sin embargo, no era un sueño.

Habíase el sol extinguido, las estrellas cruzaban a oscuras el espacio sin fin, faltas de luz y sin guía.  La tierra, álgida y ciega recorría los cielos sin luna;

(…) el precio del sustento era derramar sangre, y todos se ocultaban, hoscos, a saciar su desazón sin rastro de amor.

Es entonces cuando conocemos su historia y la de su pueblo, el pueblo de la noche, y sabemos de la sed roja, de amos de sangre y la maldad que anida en ciertas criaturas nocturnas que consideran a los humanos seres inferiores, a los que trata y llama ganado, del que se alimenta.  Conoceremos, también, los verdaderos planes de Joshua York para el Sueño del Fevre, un proyecto muy especial, al que Abner Marsh («esta vaca«) decide unirse.

Damon Julian es una de esas criaturas de la noche, su amo de sangre.  Despiadado y cruel, poderoso, sangriento, que fomenta y comparte impasible el natural sacrificio del ganado humano más bello, que ofrece a su grupo en comunión sangrienta (tomad y comed su cuerpo, tomad y bebed su sangre…), en un ritual compartido, una inmolación atávica que sirve de nexo de unión a la comunidad y es símbolo efectivo de su dominio sobre ella.

 «Lo que me ennoblece, lo que me convierte en amo, no es la sangre. Es la vida.  Bebe sus vidas y tus días serán más numerosos.  Come su carne y la tuya se hará más fuerte.  Devora su belleza y te embellecerá». 

No hay maldad implícita en ese acto sangriento, más allá de la necesidad innata de saciar la sed roja que domina al pueblo de la noche.  Sí crueldad, desprecio ante el ser humano que considera inferior.  Es significativa -uno de los aciertos de Martin en esta novela- la defensa que hace Julian de sus actos ante el contrario, en el encuentro previo al enfrentamiento, cuando utiliza -en una sociedad aún esclavista- el símil del hombre blanco superior al negro, que desprecia, mientras sacrifica a sus ojos y les ofrece compartir como cena un «lechón«: un bebé humano de raza negra. 

El enfrentamiento está servido.  Dos amos de sangre frente a frente: Damon Julian, el vampiro clásico, insensible y cruel, y Joshua York, el mesías blanco del pueblo de la noche, que defiende la vida y consigue calmar su sed roja por otros medios, efectivos, que aspira a una vida eterna más humana para su comunidad.  Un enfrentamiento que será mortal.

Sueño del Fevre, publicada en 1982 (mismo año en España), es una novela espléndida. George R.R. Martin obtiene con ella un producto casi redondo, por el diseño de personajes, su vívida descripción del ambiente sórdido de la época (algún fallo comete en lo económico, al parecer), la belleza y emoción que suscitan los vapores de río, o el misterio y suspense que acompañan a la investigación de Abner Marsh sobre su socio.  Sin embargo, la intensidad de la acción, la pasión y el misterio decaen en el último cuarto de la obra; aunque el final es redondo.  

Martin utiliza aquí el concepto del vampiro social, miembro de una comunidad de intereses compartidos, que introdujo Anne Rice en Entrevista con el vampiro, en 1976 (1).  Hasta entonces, desde Polidori (1819), o Varney el vampiro en los Penny Dreadfull (1845-1847), a J.Sheridan Le Fanu (Carmilla, 1872) o Stocker (Drácula, 1892) y el resto de los románticos victorianos, el vampiro era un ser solitario, todo lo más amo de vampiras esclavas, rendidas a su atractiva lujuria, además de constituir la encarnación del mal eterno, si no el mismo demonio.  Con Rice el vampiro cambia, se humaniza, tiene dudas, incluso algunos siente la culpa de segar vidas humanas para alimentarse, seguir viviendo.  En Sueño del Fevre se contemplan ambos conceptos que, necesariamente, al final, se enfrentan, y ambos, vampiros malvados o humanizados, requieren de un esclavo (o socio) humano para conseguir sus planes.  Martin sigue a Rice en la desmitificación de la leyenda y desmiente los bulos que la acompañan: el miedo o repulsión a la cruz, la plata o el ajo, su no reflejo en el espejo por falta de alma: sus vampiros son ateos por necesidad, en ocasiones más antiguos que el dios o persona a quien se adora. Adopta, además, el maravilloso entorno de Louisuana y New Orleans, con sus plantaciones y criollos, al que añade el atractivo especial de los grandes vapores que recorren el Misisipi mientras escupen humo por sus chimeneas; su grandiosidad y lujo, sus fascinantes carreras sobre las aguas que tanto le entusiasmaron de joven, añaden un plus único a la ambientación de la historia.

Sueño del Fevre es una de esas obras que merece la pena leer, que hay que disfrutar en algún momento; y -a juzgar por el sentir de sus miembros- una excelente propuesta para el Club de Lectura de Literatura Fantástica en Málaga.

NOTAS:

(1)  –  Existe la errónea creencia entre aficionados españoles (yo mismo, y otros con quienes lo he comentado) que Sueño del Fevre es anterior a Entrevista con el vampiro y Anne Rice fue quien tomó ideas de G.R.R.Martin.  No es así, como se ve por las fechas, pero es así como se percibe.

  • Puede ser debido a que Sueño del Fevre (ver ficha en Tercera Fundación) se publicó en España en 1982, como en EEUU, por Acervo, una de las grandes dedicada al género entonces, con traducción de Hernán Sabaté y reediciones en 1983 y 2004.  Posteriormente en Gigamesh, con ediciones en 2009, 2012 y 2017, con nueva traducción de Cristina Macías.
  • Entrevista con el vampiro (Confesiones de un vampiro) fue publicada en 1977 (1976 en USA), por Grijalbo, con traducción de Marcelo Covián (ficha en Tercera Fundación).  Pero pasó sin pena ni gloria.  No volvió a reeditarse hasta 1990, por Timún Mas y, más tarde, en 1994, con motivo del éxito de la película.  Desde entonces no ha dejado de tener reedición, casi anual hasta 2014, bien por Ediciones B, RBA, Punto de Lectura, Mediasat, Z o Planeta de Agostini, siempre con la misma traducción inicial.

No es de extrañar, pues, que la percepción del aficionado español en cuanto a fechas sea inversa a la realidad.