LA CURACIÓN, de MIGUEL CÓRDOBA

«Magie nació con una característica muy particular: tiene un hilo negro atado al dedo anular de su mano izquierda, ve y habla con fantasmas y presiente muertes trágicas en el futuro. Dios es una niña de nueve años que vive dentro de una urna en una base secreta de Nebraska, sufre una grave depresión y muestras preocupantes tendencias suicidas…»

La Curación, de Miguel Córdoba, es la historia de los olvidados de Dios.

Leer La Curación (cualquier obra de Miguel Córdoba) supone recibir un impacto sensorial múltiple: no sólo has de utilizar la vista para hacerlo (o el tacto si lees en papel); tus oídos reverberan con la abundante (excelente) música que inunda el texto disuelta en palabras con magia, y tu mente se agita con los recuerdos (cientos de imágenes conocidas) que evoca –como quien no quiere la cosa– en cada una de sus descripciones; imágenes que, más allá de definir la riqueza cultural del autor, son el instrumento que utiliza para hacernos más cercano el surrealismo que impregna su obra, suavizar el horror que ocultan alguno de los hechos que narra. Eso es oficio, no magia; recursos innatos, armas de perro viejo que sorprenden en un autor joven. La magia queda para sus palabras, para cómo escribe y consigue transmitir sensaciones, cómo retuerce la realidad y nos hace ver y sentir lo que desea. Pura magia…

Magie (magia en francés) es un ser especial que, más allá de ese hilo negro que oprime su dedo y nadie ve, los fantasmas o la muerte, que presiente tiempo antes de ocurrir (alguna demasiado cercana), tiene todas las papeletas para ser desgraciada: la muerte del padre, una familia rota que la madre ha de sacar -sola- adelante; se trata de una niña fea y gorda, que sufre el bulling de sus compañeros en la infancia y adolescencia y la condena a la soledad… salvo por el fantasma (que se esconde en la lavadora para no afrontar la angustia de la vida en el Más Allá) y otros espíritus de muertos recientes que ve, o el árbol que sembró su padre y le habla… ¿Cómo puede sobrevivir una cría a tales experiencias? ¿Cómo no le van a afectar cuando crezca…?

Miguel nos lo cuenta, en una historia inquietante aderezada con trazos de surrealismo profundo (máscaras que reflejan los sentimientos mejor que el rostro, hormigas que le marcan el camino a seguir, una dominadora rata gigante, los tulpas…) que suaviza con la música y evocación de personajes, situaciones e imágenes conocidas hasta hacerlo cercano, amigable y conseguir que nos resulte una historia natural, cotidiana, nada extraña y repleta de frases maravillosas, tan contundentes que merecerían, ellas solas, una entrada propia en el blog, que las recopilase:

« … después de morir hay una prueba que superar. Y no es fácil. Algo así como mirarte en un espejo y aceptarte como eres. Si no la pasas no hay paz, ni puedes avanzar».

« … un vertedero de sueños rotos, un lugar donde es posible el reciclaje de lo que pudo haber sido».

«No dejaba de ser bello el hecho de vivir sin la cicatriz de una eterna dependencia».

Una historia que se entrecruza con la de ese Dios-Anna, niña de nueve años con tendencias al suicidio y que, en la terrible soledad de su depresión (¿o viceversa?), olvida alguna de sus creaciones.

En la ficha (y la contraportada del libro) se califica la obra como de Terror Surrealista. Sin embargo, no la considero una obra de terror. Tal vez, sí, de angustia, pues busca el desasosiego del lector; y, por supuesto, es surrealista. Angustia Surrealista podría ser un buen calificativo para ella.

Pero, pese a las penalidades que han de sufrir los personajes, la brutalidad de algunos actos en sus vidas, la obra esconde, en el fondo, un mensaje de lucha y superación personal, una apuesta por sobreponerse al desasosiego y la angustia que genera el miedo, el terror cotidiano que atenaza la existencia y a todas las pruebas (reales o surreales) que nos agobian; un mensaje claro de que, aunque puedas caer en el camino, lo importante es levantarse. Lo vemos en la lucha diaria de Naomi, la madre, que saca adelante a sus hijas, con alegría y buena disposición («las tres guerreras»). En Lor, capaz de superar el trauma de la infancia gracias a la música (y Flip). En Tim, contrapartida a la maldad negativa de Jeremy, o la propia Magie, tras todo lo que ha debido sufrir y cuantas veces caiga. Y, por supuesto, en Carey Mahoney, que no se resigna a permanecer en las páginas de un libro que no es el suyo y salta a éste. O en el final, que es un nuevo comienzo, y en el mensaje que un niño imaginario repite a Magie a lo largo de la obra y es una solución:

«Cuando Dios se olvide de sus hijos debes ir a Nebraska a recoger los trozos de tus sueños rotos».

Miguel Córdoba lleva tiempo escribiendo, ésta es su tercera novela, después de obtener varios premios y menciones en concursos de relatos y algún que otro guión de cine, también premiado («La Cuerda«, dirigida por Pablo Sola, un corto de suspense y terror, de excelente factura). De hecho, es un autor fetiche para Ediciones El Transbordador, que inició su singladura en 2015 con Ciudad de Heridas, su primera novela (ver reseña aquí).

Si en aquel momento su temática y estilo sorprendieron con agrado («sorprende» es la palabra que más veces se repite en la reseña) y, aunque los recuerdos ya se pierden en la niebla del tiempo (si Dios puede olvidar, cuánto más no lo haremos nosotros), quiero constatar la madurez y evolución que ha experimentado Miguel en este tiempo, alejado ya de aquella sombra alargada de Stephen King que se intuía como influencia (sin que dejara de ser una obra personal) y que desaparece -o casi- en La Curación, lo que evidencia una personalidad y estilo propios que bullen con fuerza y prometen más sorpresas agradables en el futuro.

Como sorprende el prólogo -genial- de Darío Vilas, que parece integrarse y formar parte de La Curación como un capítulo previo -o posterior- a la misma. Todo un acierto, sin duda.

La segunda novela, Los tres abismos de Damián Mustieles supuso un complicado ejercicio de auto-control e ingenio, un reto arriesgado, propuesto por la editora, al que supo dar respuesta con brillantez y sin fagocitarse: desarrollar las historias que se referencian en la obra anterior, usando el mismo universo, sin repetirse.

De ahí surge el personaje de Carey Mahoney quien, como en la obra de Pirandello, «Seis personajes en busca de autor», reclama el papel apropiado (en este caso, la obra que le corresponde) y anhela consumar su propio destino. Y bien que lo consigue.

Miguel Córdoba escribe de maravillas; sus obras no dejan indiferente a nadie. En La Curación te atrapa, capta tu interés de inmediato, con un lenguaje cuidado a la vez que sencillo y fluido, y recursos culturales ilimitados (*) que engrandecen la obra y trasciende el surrealismo hasta hacerlo cercano al lector. Obra muy recomendable (que ha entusiasmado a muchos amigos del Club de Lectura).

Cuando sea mayor y, junto a otros olvidados de Dios, orbite la estrella Tabby en la constelación del Cisne, me gustaría escribir como él.

(*) – Leyendo ahora por encima, en diagonal, he hallado más de 70 referencias y citas a canciones, cantantes o grupos, películas, actores y directores, escritores, poetas y obras literarias, dibujantes y personajes de cómics, pintores, obras de arte, edificios famosos… sólo hasta mitad de la obra (después no seguí…).

EL ARCANO Y EL JILGUERO, de Ferran Varela

«Esperaré a que toda Hann sea conquistada. Esperaré a que no sea necesario un ejército, a que no haya adversario contra el que el Imperio pueda luchar. Esperaré a que el hijo del Emperador tenga edad para gobernar, con tal de evitar una guerra civil en pos del Trono de Mesetatrigo. Y entonces os mataré. A ti y al Emperador. Os daré la muerte más dolorosa que pueda concebirse en este mundo. Agonizaréis durante semanas, y eso no será más que el comienzo. Pasarán meses desde que empiece a torturaros hasta que vuestros rostros terminen en mi capa diabólica».

Nos encontramos ante una de las mejores obras de Fantasía escritas en castellano, llamada a marcar un hito extraordinario en el fantástico español. Y no es exageración; no la boutade de un cronista para llamar la atención sobre un autor o su obra más allá de lo que merece. El tiempo se encargará de darme razón o no. De hecho, ya lo está haciendo: pocas obras editadas en nuestro país han tenido una acogida tan espléndida entre el público y la crítica como la presente; pocas veces un autor ha sido tan reclamado en presentaciones y firmas tras su primera novela, que desde inicios copó los primeros puestos de venta, semana a semana, y continúa gozando de reseñas favorables meses después. Algún día traspasará fronteras. Entonces veremos que su éxito no es una solitaria raya en el agua en este país cainita, tan cruel con lo propio, sino un hecho cierto y fehaciente.

Ferran Varela, un joven abogado de Barcelona, que muy poco antes pensaba abandonar la escritura, ya nos sorprendió meses atrás con La Danza del Gohut (ediciones El Transbordador, 2018), una novela corta, estimulante, que precedió en éxito y acogida a la actual; ella nos mostró el inmenso poder de concisión de Varela, su facilidad para conectar con el público y hacer cercano lo extraordinario, cotidiano lo fantástico. Ya lo venía advirtiendo en sus relatos previos Profundo, Profundo en la Roca («Dark Fantasies», Sportula, 2017) y Las Cadenas de la Casa de Hadén («El Viento Soñador y otro relatos», Sportula, 2018). Uno, que ha tenido la suerte de acceder a sus relatos primerizos «Preta«, «La cola del lagarto» y «El Aquelarre« ha podido comprobar la rápida progresión experimentada por el autor en poco tiempo y sabe que aún no ha alcanzado su cenit.

El Arcano y el Jilguero es una novela distinta, difícil de catalogar bajo los clichés típicos que otros han utilizado y la pretenden encasillar («fantasía oscura», «épica», «grimdark»…). Como si lo necesitara… Es pura Fantasía, y eso debe bastar. Entiendo que, hoy, los editores y el público, incluso algunos autores utilicen etiquetas más o menos acertadas para definir y diferenciar su producto de otros, en un mercado saturado que exige diversidad, cierta especialización. El Arcano y el Jilguero, el sentido de la maravilla no lo precisa. Es Fantasía. Sin más.

Mezen el Ariete es uno de los cinco Altos Oficiales del Sacro Imperio Leenero que actúan y hablan en nombre del emperador. En su caso, el encargado de abrir las puertas, facilitar la caída de las ciudades que asedia en su política de conquista de todo el continente de Haan. Para hacerlo utiliza la figura de un Arcano del Tormento, un morador del Inframundo, responsable de infligir castigo a las almas condenadas. Con su larga capa de piel humana, confeccionada con los rostros despellejados de sus víctimas y unos métodos cuestionables que impactan por su crueldad, transmite el terror a los asediados, les infunde un miedo tan cerval que prefieren rendir la plaza antes que verse sometidos a su tortura. Unos métodos despreciables; un ser ruin… No tanto.

Lo que, en fondo, mueve a Mezen es un sentido particular de la justicia, la búsqueda del mal menor, salvar el máximo número de vidas del pillaje, saqueo, violación, muerte y destrucción que genera el ejército agresor («mejor una vida que mil»). Un personaje complejo, lleno de matices grises entre el blanco y el negro absolutos. A lo largo de la obra -narrada en primera persona- conocemos sus motivaciones y pensamientos, su conflicto, la lucha salvaje que mantiene entre una causa que considera justa y su demonio interior, el mal que acecha en lo profundo de su alma y aflora libre cuando no lo controla. Y cada vez lo hace menos…

Y conocemos a Nara, una joven de trece años, que ni es niña ni mujer y ya ha sufrido lo peor de la maldad humana, el rostro más oscuro de la depravación y el abuso, la crueldad de una guerra que se ha cebado en ella. Frágil, insegura, distante cuando la conoce, el trato que recibe de su salvador la hará evolucionar, capítulo a capítulo, hasta devenir en adolescente inquieta, cercana, despierta e inteligente, que pregunta y aprende sin cesar. Un jilguero cantor que provoca alegría en el Ariete y atempera su demonio interior; la única que le trata como persona y no como el monstruo que él mismo se considera. Una simbiosis que genera equilibrio en ambos personajes, pero no se completa en la obra.

Juntos inician un periplo por parte de las ciudades de Haan, en el que se nos muestra la cultura y diversidad de un continente rico en matices, animales imaginarios o la historia de cada ciudad y su gente, sus creencias y mitos divinos; todo un panteón de dioses y seres mitológicos con defectos y virtudes. Al tiempo, conocemos los secretos de Mezen, su entrega al deber y su causa, su ilusión de un mundo mejor o la imposibilidad de lograrlo, sus expectativas de traición, los monstruos que pueblan sus sueños… Y, todo, narrado de forma excepcional.

Ferran escribe de maravillas; mezcla un estilo sereno con la inquietud de la acción, ese punto de crueldad que requiere el grimdark con la ternura de lo onírico, en ocasiones rozando la prosa poética. Junto a descripciones brutales concede momentos de paz y extraordinaria belleza, secuencias tranquilas que evocan momentos feericos. Es hermosa la imagen de los siete puentes en Aguaclara, cada uno con la estatua de dos enamorados en bronce,cada uno con un nombre: suspiro, deseo, mirada, palabra, mano, beso robado, rubor, inquietud y baile; las estatuas no tienen rostro, el paseante ve el suyo reflejado en el bronce bruñido y construye su propia historia de amor… Bella -a la vez que inquietante- resulta la alegoría de las mariposas: «tres tintes, tres muertes saldan» (roja, la sangre que mana; verde, la enfermedad; morada la muerte).

Personalmente, siento muy cerca la relación de Mezen con Susurro. Una historia mutua de sentimientos, compartida en la distancia de treinta años: Bruma y Susurro…. Ferran entiende.

Los personajes están bien construidos. No sólo Mezen en su papel de Arcano del Tormento, al que necesariamente sentimos cerca por contemplar, a mente abierta, sus pensamientos, sueños y contradicciones. O Nara, cuya evolución observamos a lo largo de la historia. También los secundarios, menos definidos pero bien pincelados: Loria, la jinete de hipocampos o Dorlon, el traficante; sobre todo me interesan Zein la Cadena y Fura la Cicatriz, dos de los cinco Altos Oficiales que conforman la Zarpa del Oso Custodio del Sacro Imperio de Leene, que tanto juego pueden ofrecer en el futuro.

La historia queda abierta, da para más… necesitamos más. Sólo queda esperar ese día en que Ferran Varela deje correr su imaginación y de rienda suelta a su pluma para deleitarnos con su prosa serena, casi poética y nos cuente nuevas aventuras de Mezen el Ariete y Nara, el Jilguero. Las esperamos.

Respecto a la edición, El Arcano y el Jilguero supuso el inicio del nuevo formato para grandes novelas de Ediciones El Transbordador, de mayor tamaño y número de páginas, que se agradece y tan buen resultado está dando a esta editorial pequeña que, con su buen hacer, continúa escalando puestos en el mundillo editorial, tan complicado hoy. La calidad es una apuesta que da frutos. Y El Transbordador los está consiguiendo.

Todo cuanto diga de más no tiene sentido si lo contado no os mueve a leer esta novela -algo que recomiendo encarecidamente y agradeceréis- o ya lo habéis hecho. El Arcano y el Jilguero, de Ferran Varela en Ediciones el Transbordador lo merece.

Y dará mucho que hablar, ya veréis.

PÁNIKAS, de Pilar Pedraza: El gran Dios Pan no ha muerto.

Qué decir de Pilar Pedraza (Toledo, 1951); doctora en Historia, investigadora, profesora titular de universidad, ex-Consellera de Cultura en la Generalitat Valenciana y reconocida escritora de ensayo o narrativa de terror, en la que se mezclan rebeldía y feminismo, mitología y sensualidad, horror y muerte. Por sus escritos ha recibido todos los premios posibles.

Su último trabajo, Pánikas, publicado por Ediciones El Transbordador a inicios de año, es una excelente novela corta (se lee de un tirón) que le confiere, sin duda, el distintivo de gran dama gótica y sublime de la literatura española (su obra trasciende el género, sin dejar de serlo).

La acción transcurre en 1993. La vida de su protagonista, Sofía Fontbona O’Connor −profesora universitaria de literatura griega, casada, feúcha y con gafas, aquejada de síndrome bipolar− ha estado siempre relacionada con el mundo antiguo; ahora se cubre de una pátina hermosa de mitología pagana, en el curso de verano al que asiste en la isla griega de Astipalea.  Allí, los dioses de antaño se confunden y hacen presente, toman cuerpo de sátiro y despiertan en ella sueños pánicos de sensualidad y deseo; pasiones no satisfechas que, a su regreso a España, derivan en pesadillas, alucinaciones surrealistas de su síndrome bipolar, que la desconectan del mundo días enteros y la hunden en un mar de opresión.  Y es ahí, en ese surfear en los infiernos, donde la maestría de Pedraza como escritora se desata; su narrativa eficaz y fácil y unas descripciones intensas, nos lleva a vivir, a su lado, las terrible pesadillas que agobian sus sueños hasta la asfixia.

Su tratamiento y proceso de curación, desde la experiencia lisérgica de Lucy in the Sky with Diamonds, los fármacos más fuertes (“Menos pastillas y más Teócrito”) o la meditación budista, deben mucho a quienes la rodean; personajes entrañables que Pilar Pedraza retrata e ilumina con destreza: Amador, su adonis-marido, la armonía de Freddy LaBerge y su sueño lúcido (un concepto muy atractivo), o el magnetismo animal del seductor Janos Hunyàdi. Cuando los lazos del sueño se restauran con el cosmos, en un proceso dramático donde no falta la muerte, presente siempre en la obra de Pedraza, la enfermedad remite. Y Sofía regresa a lo pagano…

Pánikas es un canto sublime a la esencia del ser humano encarnado en mujer; en palabras de Luis Pérez Ochando (en un prólogo excepcional), es la obra más femenina e interna de Pilar Pedraza.  En ella, sensualidad e intelecto se entremezclan; lo sagrado y lo mundano, la razón y la locura se fusionan con la parte más salvaje del ser, esa que desea con anhelo el abrazo imaginario de Pan. 

Pero el gran dios Pan no ha muerto…

El Transbordador se luce con una edición espléndida (como merece la obra), que recrea el color y dibujos de su portada (también compuesta por el prologuista) y la convierte en una obra imprescindible para todo aquel que ame la buena literatura.

LA DANZA DEL GOHUT | PROCESO DE REALIZACIÓN DE LA PORTADA

El pasado 26 de octubre tuve el honor de presentar en Málaga, junto a su autor y editora, una de las novelas más importantes de las publicadas durante 2018: «La Danza del Gohut», de Ferrán Varela (reseña y comentarios aquí).  Fue en ese evento donde conocí también a Manuel Gutiérrez, autor de la impactante portada que la precede y enriquece, y sus no menos impresionantes bocetos. Y supe que tenían que publicarse.  De ahí surgió el post anterior, en el que Manuel nos regaló ese avance dibujado del proceso de creación de la portada (ver aquí).  No contento, le pedí más.  El resultado: 


PROCESO DE REALIZACIÓN DE LA PORTADA DE «LA DANZA DEL GOHUT»

Por Manuel Gutiérrez

En el verano de 2018, Ediciones El Transbordador me encargó la realización de la portada de la primera novela de Ferran Varela, La danza del gohut.  En las siguientes líneas, hago un resumen del proceso de elaboración, desde su concepto a la maquetación.

Lo abstracto y la dirección.
Me enfrenté al diseño de la portada a partir de las primeras páginas de la novela. En ella hay dos momentos poderosos de la acción que Pilar Márquez, la editora, me sugirió como imágenes clave (a elección) para plasmar en la portada.
No obstante, me faltaba información sobre el mundo que Ferran había creado, de los personajes, los ambientes… Pedí estos datos y pronto tuve una perspectiva global que me permitió acercarme al universo del autor.
Pero me alejé de lo evidente y tomé otros caminos. Unas rutas no citadas en esas primeras páginas. Una senda que me enfrentaba a los personajes principales de la novela sin saber muy bien a dónde me llevarían.  Al menos ya tenía un objetivo.

Los bocetos de los bocetos.
Para centrarme en la idea y no perderme en detalles innecesarios, en esta fase suelo trabajar en un formato muy pequeño. Apenas unos 3×5 cm. donde respeto la proporción del tamaño final de la portada.
Poco a poco, con la dirección elegida y los personajes danzando en mi cabeza, me lancé a esquematizar con dibujos rápidos la esencia de lo que quería contar. En esta etapa no me pongo trabas creativas y acepto cualquier idea, por alejada que parezca en un primer momento.
El resultado para La danza del gohut fueron 38 esquemas. Bocetos arcaicos que ya hablaban el idioma que quería transmitir y que, sin estar reflejados literalmente en la novela, eran trozos de ella. O lo que es lo mismo, el germen del nacimiento de los verdaderos bocetos.

Los bocetos.
Comencé la fase de selección y eliminé aquellos que no pasaban un filtro autoimpuesto de contenido, forma y coherencia.  Me quedé con 9.
Con la selección hecha, aumenté el tamaño de estos bocetos a un formato A5. Sobre la marcha, cambié todo lo que fue necesario de estos esquemas rápidos en pos de los filtros antes mencionados.
Una vez terminados, era el momento de que, tanto la editorial como el autor, dieran su opinión de los enfoques de los bocetos. No hubo muchas dudas y la elección fue rápida. El primer boceto del documento fue el elegido.

El lápiz y el falso entintado.
Con el modelo seleccionado, empecé la documentación anatómica y realicé un lápiz muy terminado tanto en contraste como en matices. Así, evitaba la posterior fase de entintado que me suele matar la frescura de los trazos.
A pesar de todo, en la posterior etapa de edición digital, subí los contrastes para obtener un negro más intenso en aquellas partes que lo necesitaban. O lo que es lo mismo, hice un falso entintado.

El color.
Con el dibujo escaneado, limpio y editado, comencé el color digital.
En mi caso, esta parte no tiene mucho misterio ya que suelo usar paletas cromáticas muy sencillas, bastante veladas, que complementan el lápiz de fondo y dan el contraste necesario para que el mensaje sea claro.  Ya solo tocó pintar, elegir la tonalidad global y poco más.

La maquetación.
De la maquetación se encargó El transbordador. Para ello, usaron una tipografía sencilla que no competía con la ilustración y la dejaba respirar.

No me queda más que agradecer que pensaran en mí para este trabajo, fue grato de hacer, salió relativamente rápido y acabé contento con la edición. Además, la novela es una joya y las críticas están siendo excelentes.

Como curiosidad final, añadiré que me leí la novela una vez editada. Ahí fue cuando me di cuenta que la portada había dado con uno de los pilares conceptuales de la obra sin ser consciente de ello hasta terminarla. Como dice el propio Ferran: «La portada es mejor sinopsis que la sinopsis».  La mejor crítica que tendré sobre este trabajo nunca.

Posfacio
Desde que hice la portada ya no soy yo, volví a nacer con otro nombre.  Ahora soy Raíz Osada. Soy un gohut.

El Proceso del Gohut, de Manuel Gutiérrez

La danza del gohut, de Ferran Varela, es una obra que impacta.  Publicada por Ediciones El Transbordador lleva desde su aparición, semana a semana, siendo número 1 en ventas entre ediciones de género.  Algo debe tener que lo cause. Y algo podéis leer al respecto en la entrada dedicada a la obra en estas páginas (aquí) con motivo de su presentación en Málaga.

Pero en algo, también, contribuirá esa portada impactante de Manuel Gutiérrez, un artista cuyos dibujos poseen una fuerza extraordinaria.

Puede que algún día, en otro momento, podamos disfrutar la reseña de La danza del gohut acompañada de sus imágenes, los bocetos y borradores que compuso como muestras para la portada, diversas composiciones de fuerza increíble que recogen, en blanco y negro, diferentes momentos de la historia.  Por ahora, nos conformamos con  la evolución, el proceso de creación de la portada del libro, que Manuel ha cedido para que comprobemos su trabajo.  Aquí, a continuación o, ya en grande y en movimiento, picando sobre la imagen de arriba (recomendado).  Disfrutadla.