JONATHAN CARTLAND Integral, I: Balada serena del lejano oeste.

Ficha Cartland I

No es habitual que en estas páginas dedique líneas a una historia del oeste; de hecho, creo que es la primera vez que lo hago.  Pero la ocasión lo merece, o eso pienso, porque aventura épica sí es, tal vez no tanto fantástica (aunque algún punto contiene), y calidad le sobra. Pero sobre todo, me gustan su enfoque y dibujo, y con eso es suficiente.

BisontesLa serie (de 10 álbumes) narra la vida de Jonathan Cartland, un hombre del S. XIX en el viejo oeste. Pero lejos del clásico estereotipo del cine comercial hollywoodiense que tan bien ha cultivado la bande des-sinée franco-belga en series de culto como Blueberry, McCoy, Jerry Spring, Comanche o Buddy Longway (que también me encantan; y la primera es, para mí, el mejor cómic del oeste que se haya escrito), Cartland adopta el enfoque humanista y sereno de la epopeya individual, cercana a la naturaleza y la cultura india que tanto impactó en los ’70 tras Las aventuras de Jeremiah JcarlandJohnson, película de Sydney Pollack con Robert Redford de protagonista.  Tanto es así, que los dos primeros álbumes no son sino trasuntos de aquel film mítico (como en ocasiones Blueberry lo es de otros), donde Cartland adopta el papel de Jhonson con variantes: cambian las circunstancias y las tribus indias, mas no el trasfondo del personaje, o los hechos que definen su historia.

ContraportadaCazador, trampero, el protagonista es un ingenuo, sereno e idealista, incapaz de soportar que humillen a otros o vivir mucho tiempo en la ciudad, como confiesa en algún momento; su carácter humanista le aleja por temporadas del hombre blanco, hacia la quietud natural y el espíritu indígena del piel roja, aún salvaje, a veces incluso cruel (como la propia naturaleza) pero sin doblez, con el carisma de su nobleza particular; unos seres humanos (los cheyenes) -como le dirá Ota Kte más adelante- cuyos «corazones cantan en armonía con el mundo, caminan por la misma senda.  La nación de los hombres blancos sólo ve lo superficial de las cosas, ha perdido el canto de lo que une».  Pero no todo en la naturaleza es agradable o sereno, y serán indios, los crown, quienes asesinen a su mujer, Nieve de la Mañana, y conduzcan a Jon a una senda de venganza, locura y alcohol, mientras deja a Ota Ktesu hijo recién nacido en los brazos de Black Turtle y sus hermanos Oglala. No volverá a verlo en este tomo, sino con el transcurrir de los años. Mientras tanto, vivirá las aventuras de un solitario, como guía y explorador para el ejército o terce-ros.

La acción del tomo, los cinco álbumes que lo integran, transcurre entre 1854 y 1861, justo antes de la guerra de secesión norteamericana; que llegará, aunque solo de pasada, blanc-dumont-bleu-de-coloriage-3a1fcomo noticia o efectos colaterales, en el siguiente volumen.  En éste, junto a la convivencia con los indios y sus costumbres, le acompañaremos en una caravana de colonos, en ese Último Convoy para Oregón, a través de penalidades naturales y humanas, hasta su tierra prometida. O, en El Fantasma de Wah-Kee, a bordo de uno de aquellos vapores que remontaban el río Missouri, pa-ra vernos envueltos en una conspiración de intereses económicos; una historia cargada de tintes mágicos y oníricos, en la que Cartland inicia el camino del sufrimiento que conduce a Wah-KeeMah-ho-Peneta, el Gran Espíritu, y será renombrado co-mo Wa-Pa-Shee, «Sacrificio»; con unas viñetas y escenas que recuer-dan a Richard Harris en Un hombre llamado Caballo, ese film excelente de Elliot Silverstein.  También, en cierto modo, los cañones escarpados y cuevas de Tukunavi en Arizona, en El Tesoro de la Mujer Araña, rememoran aquellos otros de El Oro de MacKenna, de J.Lee Thompson, aunque en el contexto de una historia muy diferente , menos épica y comercial que aquella.  El gran contraste de culturas vivido en aquella Rusoépoca de mezcolanzas quedará expuesto en Río Viento, cuando el conde alemán que contrata a Cartland como guía de caza decide construir su castillo en pleno territorio cheyenne, y una presa en su manantial sagrado.  La masacre se prepara en viñetas, lentamente.

Leyendo Jonathan Cartland abrimos una puerta a la inmensidad de aque-llos espacios abiertos, la soledad de las montañas vacías, los yermos y las estepas eternas… que se vuelven entornos cerrados, y hasta claustrofóbicos, con la llegada del hombre blanco.  Sus Laurence-Harléhistorias y aventuras son un catálogo de relaciones personales en pequeños núcleos cerrados, atrapados por la soledad inmensa y natural que les rodea; narraciones distintas a las de otras series del oeste, debido quizá al extraño caso de una mujer guionista de historias sobre hombres, como es Laurence Harlé (1949-2005), no tan conocida como otros creadores de westerns de la BD, pero que llegó a obtener el Alfred al mejor álbum del año en el Festival de Angoulême de 1988, por Los Supervivientes de las Tinieblas, octavo álbum de la serie, y todo un recetario de pensamiento cheyenne en boca de Ota Kte, que deberá aparecer en el siguiente volumen.

blanc-dumont-jonathan-cartlandPero para mí, más allá de esas historias diferentes sobre el lejano oeste de los pioneros, lo que en verdad destaca en Cartland es en el dibujo estilizado de Michel Blanc-DuMont, iluminado por los colores de su esposa Claudine. Inmaduro al principio, de trazo incipiente, fondos planos y aún inseguro en el primer álbum (recopilación de los episodios de 8-10 páginas publicados en la revista Lucky Lucke), el segundo (y las cuatro últimas planchas de aquel, añadidas después) suponen un punto de inflexión en el tratamiento de fondos y flexibilidad de movimientos que, influen-ciado siempre por el gran Jean Giraud, alcanzará madurez en Río Viento; aunque sin detenerse, avanzando cada álbum.  El paso Indiosinefable del tiempo por Jonathan Cartland  representa también (eso bueno tienen los integrales) una crónica de la evolución de Blanc-Dumont hacia un dibujo de trazo firme, ágil y suelto, y un realismo de movimientos natura-les, paisajes espléndidos y sombras elaboradas a plumilla, que recuerdan la precisión y técnica del grabado. Cada viñeta es una postal en sí misma (juzgad vosotros si no…).

Pero también evolucionan sus planchas: desde una composición simple y demasiado estándar, casi siempre en tres cuerpos horizontales y con pocas variantes, a una Indio tranquiloconcepción más amplia de la página, con la que experimenta e introduce viñetas, o las hace más grandes, en un diseño cambiante con el que, sin revolucionar el estándar de álbum franco-belga (ni pretenderlo), obtie-ne una lectura dinámica de la narra-ción, sin rupturas en su secuencia natural.   Y eso, sin más, es el cómic (tebeo, o bande dessinée en este caso).  Y por eso me gusta.

(Supongo que también por eso, en 1997, el maestro Giraud le llamó para hacerse cargo de la serie La Juventud de Blueberry, con Corteggiani al guión, en la que lleva 12 álbumes dibujados.)

Cartland Integral 2La edición castellana de Ponent Mon es exce-lente, como siempre, en esa magnífica labor de recuperación de cómics clásicos de todo tipo y contenido que viene realizando. Y entre ellos, el western ocupa un lugar destacado.  Espero con ansia la aparición del segundo volumen de Jonathan Cartland integral.  También me haré con él (aunque tengo los álbumes publicados en España, me falta el último de la serie aún inédito.  … Y, además, no tengo remedio).

Haceos con ellos, si podéis.  Os lo recomiendo.

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PD: Escribiendo ésto, me han entrado unas ganas locas de releer Blueberry, mi serie favorita del oeste: siempre que salía un álbum nuevo me leía antes los anteriores… pero son 54…  ( je, je…)